martes, 9 de marzo de 2010

LETRA DE JUAN MONTALVO


JUAN MONTALVO (1832 - 1889)

Seguramente la personalidad más sin­gular y atractiva de la historia literaria ecuato­riana es la de Juan Montalvo. Su nombre co­bró prestigio internacional después de media­do el siglo XIX, desde la aparición de su pri­mera obra: "El Cosmopolita". Tuvo Montalvo un acierto nada común: imprimir todo el sello de su carácter en esas páginas de iniciación, y en las que posteriormente fue publicando... Las facultades naturales recibieron en su caso el estímulo de los grandes ejem­plos del pasado, sobre todo de griegos y ro­manos, que él tanto conoció y comprendió...

Montalvo está adherido de manera definitiva a la historia del Ecuador, y con los trazos de un hombre de genio. Fue un creador en el campo de las letras, además un combatiente político de los que demandaba su tiempo... No necesitó Montalvo el apo­yo de la vida pública para dar el máximo re­lieve a su nombre, ni para contar después con el respeto y el fervor de su pueblo. Le fue su­ficiente su obra de escritor, buena parte de la cual sirvió -esto sí- para combatir ciertos há­bitos siniestros del país y para enderezar la actividad de sus gobiernos...

Nació Juan Montalvo en Ambato en 1832. Perteneció a un hogar muy austero: la energía para el trabajo, la firmeza de las ideas, la honradez, el orgullo que todo eso concita, puede decirse que formaban el am­biente familiar... Los dos hermanos mayores profesa­ban el liberalismo. Y eran adversarios de los sistemas dictatoriales de gobierno. Uno de ellos combatió el despotismo del general Flo­res y fue desterrado...

Se educó primero en una escuelita de Ambato, después fueron el Convictorio de San Fernando, el Seminario de San Luis y la Universidad, en la ciudad de Quito. Enseñan­za dirigida por religiosos que no dejó de gra­vitar sobre su conciencia. Los años universita­rios no fueron sino dos, de Derecho. Como estudiante llamó la atención por su talento, seriedad y excepcional memoria... Ya en la juventud se mani­festó su vocación de escritor. Leía a los clási­cos. Era un enamorado de las páginas cicero­nianas, y de la vida misma de Cicerón. Andaba con curiosidad intensa por los libros de li­teratura, filosofía e historia de la antigüedad. Se interesaba por las lenguas extranjeras. Asistía a las tertulias del grupo román­tico de Julio Zaldumbide. Apareció en un ac­to público leyendo su primera prosa, que fue de execración del despotismo de Flores.

Para la mente perspicaz están en ese trabajo juvenil, firmado a los veinte años de edad: condenación de los abusos del poder y vigilancia del idioma. Tenía acceso, por entonces, a dos hojas perio­dísticas: "El Iris" y "La Democracia". Cabe pues asegurar que en el limitado ambiente cultural de la época el joven escritor no era ya un desconocido... Se lo nombró funcionario de las embajadas ecuatorianas en Italia y Francia. Sirvió en una de ellas al Ministro Pe­dro Moncayo, personalidad inmaculada del liberalismo. La permanencia en Europa fue signifi­cativa en su formación y su destino... volvió al Ecuador. Fue a comienzos de 1860.

... cuando retornó al Ecuador después de ese su primer viaje, se encontró con una realidad desalentadora. El país había vivido una de sus horas más aciagas. Amaga­do por las fuerzas navales del Perú. Desgarrado por las batallas partidarias, codiciosas del poder. El Presidente Robles había trasladado su gobierno a Guayaquil. En Quito se había alzado un triunvirato revolucionario cuya ca­beza era García Moreno. Se habían hecho ne­gociaciones oscuras con el gobernante perua­no, con el correspondiente desmedro de la dignidad nacional. Había corrido sangre en las luchas intestinas. Y a la postre se había im­puesto la férrea personalidad de García More­no. Al caos sucedía el orden brutalmente despótico. Eso halló Montalvo a su vuelta.

Natu­ralmente, no pudo sufrirlo en silencio, impa­sible. Ni siquiera esperó llegar a Quito. Des­de la población costeña de Bodeguita de Yaguachi, el 26 de septiembre de 1860, escribió una carta de fuertes amonestaciones al nuevo jefe de Estado...

El joven Montalvo -de 1860- no ejercía aún ninguna influencia. No pesaba en la opinión pública ecuatoriana. De modo que el tirano hizo fisga de sus admoniciones, y ni siquiera se dio el trabajo de con­testárselas... las palabras de amenaza que contenía su carta se cumplieron...

Durante la primera administración garciana el escritor se recluyó en las soledades de su provincia: los parajes de Baños, la casa de Ambato, los huertos aledaños de Ficoa. Fueron cinco años de elaboración de "El Cosmopolita" ...

Era Montalvo un hombre alto y delgado, cuidadoso de su arreglo personal. No vestía sino trajes de paño negro. Disimulaba elegan­temente, apoyándose en un bastón, su andar cogitabundo... Ya por 1866 iba a Quito para publicar los cuadernillos de su primer libro. Porque "El Cosmopolita" apareció así, en varias entregas... "El Cosmopolita" fue un haz de ensayos que sólo por circunstan­cias secundarias no se publicó en un volu­men. En cuanto al contenido, éste es preponderantemente literario. También se encuentran asuntos políticos. De enjuiciamiento severo a la dictadura garciana, que ya había terminado. Pero la nota magnética está sin duda en las remembranzas de los viajes por las ciudades europeas y en los trabajos en que enamoran los alardes de gracia y de cultura.

Los ataques montalvinos a García Mo­reno tuvieron, esto sí, consecuencias importantes en la vida del escritor y en lo que des­pués ocurrió al tirano... Montalvo se refugió en la Legación de Colombia. Y abandonó pronto el país. Recorrió difícilmente varios lugares extranjeros, y al fin halló asilo en la población colombiana de Ipiales. Este es un rincón andino situado en la frontera norteña del Ecuador. En aquel tiempo era una aldea de muy pocas gentes...

Hasta su retiro le lle­gaban a veces pequeñas ayudas, enviadas por algunos íntimos y por amigos ecuatorianos. Con la pluma, entonces, no se podía vivir. Ni a Montalvo le hubiera agradado tal cosa. Creía que la pluma no debía ser convertida en "cuchara". Montalvo se resignó a mantenerse con los préstamos, que nunca conseguía pagar com­pletamente. No quiso aceptar otra tarea que la de su sacerdocio literario. La literatura era su atmósfera. Únicamente a través de ella cumplió su memorable destino. En ocasiones, cierto es, sus libros le daban algún dinero (tal fue el caso de "Las Catilinarias"), y obtenían resonancia política Por esto último, el voto popular de una provincia del Ecuador elevó a Montalvo a una diputación, que él jamás de­sempeñó.

Entregado pues únicamente a escribir, en la soledad Ipiales produjo obras: "Siete Tratados" y "Capítulos que se le olvidaron a Cervantes". Además, algunas piezas dramáticas. Que también muestran que el gran ensayista tuvo ta­lento para el teatro. Finalmente compuso allí mismo artículos de condenación a la tiranía de García Moreno, que aparecían en publica­ciones liberales de Quito, y sobre todo el opúsculo titulado "La dictadura perpetua", que se publicó en Panamá en 1874.

García Moreno fue asesinado en el Palacio de Gobierno el 6 de agosto de 1875. Montalvo había ganado su primer gran duelo político: "Mía es la gloria. Mi pluma lo mató" fue su primer comentario. Pasaron largos meses, y entonces sí se halló de nuevo en el Ecuador. Desgraciadamente la vida pública seguía como antes, como siempre, incierta, procelosa, cargada de siniestros presagios. El Presidente Borrero, a cuyo régimen se refieren las críticas de "El Regenerador" montalvino, no pudo conservar el poder. Y en 1876 había ya otro dictador en el país: el militar Ignacio de Veintemilla. De nuevo la primera víctima de! destierro fue Juan Montalvo. Su réplica no se hizo esperar. Y escribió "Las Catílinarias". Libro admirable, que muestra una parte de la realidad hispanoamericana... Nadie, en todo el ámbito de la lengua, había manejado el insulto con más eficacia ni alarde estético...

Había escrito abundantemente, pero para públicos semialfabetos que mante­nían a hispanoamérica en la condición de una vasta aldea literaria. Quizás se sentía tris­temente desubicado en medio de "esas nacioncillas". No había otro eco que el de dos o tres críticos notables... En Francia, publicó sus "Siete Tratados". Y, como lo es­peró Montalvo, aquella obra fue recibida con entusiasmo...

Montalvo es una de las personalidades más singula­res de las letras castellanas... Pero las adhesiones a Montalvo sufrie­ron el torpe contrarresto de la crítica clerical y conservadora del Ecuador, que aun tomó medidas para impedir la lectura de los "Siete Tratados" en el país. De la indignada y vehe­mente reacción montalvina es buen testimo­nio su "Mercurial Eclesiástica", que volvió a mostrar que en aquel escritor tan acicalado había sobre todo la garra del polemista...

la elaboración de sus románticas páginas de "Geometría Mo­ral", que se estiman como su "octavo trata­do", y nuevos ensayos en los que dio más fresca naturalidad a su estilo y que agavilló bajo el título "El Espectador", fueron retardan­do la aparición de "Capítulos que se le olvi­daron a Cervantes". Al fin éstos no se publica­ron sino después de su muerte...

Entregado pues al laboreo literario, y viviendo pobremente en un solitario habitáculo de la calle Cardinet, de París, pasó Mon­talvo esos últimos años. Precisamente corre­gía las pruebas de imprenta de "El Especta­dor" cuando contrajo la pleuresía que le oca­sionó la muerte. Pero pocos habrán mostrado un valor más entero en los momentos de la enfermedad y la agonía. Rechazó voluntaria­mente la anestesia en una intervención qui­rúrgica de varias horas, en las que no dejó es­capar de su pecho ni una expresión de dolor. Por desgracia todo ese heroico padecimiento resultó estéril. Sobrevino la gravedad. El escri­tor sentía que toda la vida se le concentraba en el cerebro. Decía que podía componer una elegía como no la había hecho en su juven­tud. Además, prefirió no recibir el auxilio reli­gioso. Creía estar en paz con Dios y consigo mismo. Y cuando por fin vio inminente su de­senlace, se vistió con el mayor decoro y se sentó a esperar estoicamente el instante de partir. Pidió que le comprasen unas pocas flores, aquellas que no podían escamotearle sus exiguos francos y el invierno de París.

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